jueves, 27 de mayo de 2010

Lo que te conté mientras te hacías la dormida

Porque siempre hay un momento en que quiere escapar. Coger un avión y volver a esa ciudad que la hizo soñar. Volar. Escapar... Suena Rod Stewart al otro lado de la habitación (Wake up Maggie, I think I got something to say to you...), una caja de bombones que no recuerda quien le regaló, una taza de té y aquel viejo libro de Terenci Moix. Juega con su pelo intentando disimular esa cara de tonta que tanto odia ver en el espejo, ese brillo en los ojos, esa media sonrisa absurda alimentada a base de recuerdos imprecisos. Mira pasar las horas en el reloj. ¿Qué importa el tiempo si nunca vuelve? Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses... ¿qué más da?

"De todo se aprende" se repite una vez tras otra, intentando convencerse de que ha servido para algo cada vez que sonreía con las historias exageradas que él contaba para impresionarla; cada noche en vela viendo pasar las horas entre risas y besos; las escapadas furtivas por la noche, lejos de la mirada curiosa de la gente, que no entendía aquello; los paseos infinitos, caminando a ninguna parte, sin rumbo, sin tiempo, sin nada... Otra vez esa sonrisa de tonta, recordando cómo se inventaba cada día un imperio en su cama, un mundo intemporal, sin leyes, donde jugaba a robarle besos al tiempo; aquel paraje utópico, cuando la imaginación y la realidad se perdían entre las sábanas, encendiendo la noche entre susurros, caricias y abrazos, hasta que, como cada mañana, sonaba el despertador (pack up your troubles in your old kid-bag and smile, smile, smile), y la cama sólo era una cama, y el reloj contaba cada beso, y las sábanas sólo eran sábanas. Mientras él se vestía para marcharse, ella apuraba una tostada con mermelada, esperando el último beso furtivo en la puerta antes de que él se fuera.

Y, poco a poco, hizo los días más cortos y las noches más largas, transformó el tiempo en su más fiel aliado, expandió su imperio por todos los rincones de una habitación llena de ansias, calentó el frío con sus manos, apagó el sol con un murmullo (escapando una noche de un bostezo de sol, me pediste que te diera un beso, con lo baratos que salen, mi amor, que te cuesta callarme con uno de esos), convirtió cada rincón de la tierra en su cama, mientras la oscuridad gritaba un "te quiero" que ellos no escuchaban.

Se ríe. Silencio. Y su media sonrisa se apaga. Silencio. Silencio entre caricias expiatorias por cada mentira que él le contaba (I gotta stop believin' in all your lies 'cause there's so much to do before I die), silencio tras el mensaje que cada noche él escribía antes de dormir, silencio henchido con palabras imprecisas, palabras vagas, palabras vacías. Silencio de palabras. Silencio hasta que ella se convirtió en silencio. Silencio sus caricias, silencio sus besos, silencio sus palabras, silencio su cama. Porque su realidad no podía salir de las cuatro paredes que la guardaban noche tras noche, escondiéndola de un mundo que se asomaba tras las cortinas que ella cerraba, que rompía cada noche las palabras que, siempre en silencio, ella creaba minuciosamente.

Aún se pregunta cómo se quiso tan poco para ocupar ese lugar, esa posición irreal dentro de la frágil realidad que él se había construido para huir de un mundo que le quedaba grande y al que no se atrevía a enfrentarse. No entiende como su cuerpo durmió entre los endebles brazos de quien nunca había luchado, cómo la acariciaron las exánimes manos que no se levantaban al aire después de tocar el suelo, arropada por el incauto corazón que, escondido tras carne y hueso, nunca aprendió a querer por miedo a romperse. Pero ella quiso romper los barrotes, tejidos a base de secretos, de aquella inconexa prisión que la oprimía, haciendo añicos cada uno de sus hilos, viajando a otro mundo, inmemorial, salvaje, que él no se había atrevido a descubrir por... ¿por qué? un mundo construido con risas, caricias, abrazos, besos, con...

Otra vez silencio. Silencio. Silencio que, como los barrotes, sólo podía romper él con palabras. Palabras. Sólo palabras. Palabras que llenaran el vacío, palabras que hicieran temblar a las mismísimas palabras, palabras susurradas que gritaran lo que el tiempo había callado, palabras sin miedo, palabras valientes, locas, insensatas, palabras ignotas, palabras secretas, sus palabras. Palabras que habrían parado el universo para hacer inmortal un momento, palabras que sólo les pertenecían a ellos, palabras que él nunca llegó a decir, palabras que murieron antes de nacer en los pozos del silencio (but my words like silent raindrops fell, and no one dared disturb the sound of silence). Silencio de palabras. Silencio.

Shakespeare dijo: "Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez". Ella no quiere probar la muerte antes de que llegue su momento, ni sufrir el dolor de aquellos que, antes de vivir, han decidido morir por miedo a la propia vida (just remember in the winter far beneath the bitter snow, lies the seed, that with the sun's love, in the spring becomes the rose).

Y sonríe otra vez, mientras apretuja la taza, ya fría, entre sus manos. Se olvida de su pelo. Y, aunque sólo esa media sonrisa se dibuje en su cara, sonríe porque sabe que no es ella quien tiene que preguntarse qué habría pasado si tan solo hubiese susurrado palabras... palabras...

A veces me pregunto si él, alguna vez, tendrá valor para romper su silencio, si algún día ella llegará a escuchar esas palabras que esperaba; y, de repente, me encuentro en el espejo con esa misma media sonrisa jugando en mi cara. Quizás, aunque no me guste reconocerlo, en el fondo, ella y yo no somos tan diferentes.

Porque para que una historia no muera, sólo hay que saber contarla.



*"Cowards die many times before their death, but a brave man only dies once". William Shakespeare

1 comentario:

Opiniones de seres de moral dudosa =)